El Papa Francisco lideró el viernes el “Vía Crucis” que se llevó a cabo en una vacía plaza de San Pedro debido al brote de coronavirus, y escuchó mientras los prisioneros y sus víctimas contaban sus penas.
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Fue la primera vez que la procesión, en conmemoración de las últimas horas de la vida de Jesús, no se celebra en el Coliseo de Roma desde que el Papa Pablo VI reintrodujo la tradición moderna en 1964.
Francisco observó cómo 10 personas, la mitad del sistema penitenciario italiano y la otra de los servicios de salud del Vaticano, llevaban una cruz y antorchas encendidas hacia él.
Los oradores leyeron meditaciones mientras el grupo se detenía 14 veces para marcar cada una de las “Estaciones de la Cruz”. Las reflexiones son escritas por diferentes grupos cada año y esta vez fueron obra de prisioneros de una cárcel en el norte de Italia, guardias, capellanes y familiares de víctimas.
Francisco ha llamado la atención sobre los problemas de los prisioneros, incluido el hacinamiento, y más recientemente ha expresado su preocupación de que el coronavirus se propague sin control en las cárceles.
“Me convertí en abuelo en prisión. No viví el embarazo de mi hija. Un día le contaré a mi nieta la historia de la bondad que he encontrado y no del mal que he hecho”, decía una meditación.
Los participantes oraron ante un crucifijo de madera que normalmente se guarda en una iglesia de Roma y se lleva al Vaticano para el servicio especial.
Según la tradición, una plaga que afectó a Roma en 1522 comenzó a disminuir después de que el crucifijo fuera llevado por las calles de la capital italiana durante 16 días.
Más temprano el viernes, Francisco se postró en el piso de la basílica de San Pedro para rezar en el servicio de la “Pasión del Señor”, uno de los inusuales momentos en los que el Pontífice no pronuncia una homilía, dejándola en manos del Padre Raniero Cantalamessa, el predicador papal.
Cantalamessa dijo que la pandemia, que ha matado a casi 19.000 personas en Italia, debería ser un estímulo para que las personas aprecien lo que realmente importa en la vida.
“No permitamos que tanto dolor, tantas muertes y tanto compromiso heroico por parte de los trabajadores de la salud hayan sido en vano”, señaló.
Al servicio generalmente asisten cardenales, obispos y unos 10.000 fieles, pero la pandemia del coronavirus obligó a que solo estuvieran presentes unas dos decenas de personas, incluidos los ayudantes papales que leían las escrituras y un coro más pequeño de lo habitual.
El número total de muertos en el mundo por la pandemia llegó a 100.000 el viernes, según un recuento de Reuters.