FUENTE: AFP
La pandemia empujó a muchos españoles a pedir comida por primera vez en la vida, en unas imágenes de necesidad que recuerdan a la crisis de 2008, de la que el país se había recuperado a duras penas.
«Me tapo la cara porque me da mucha vergüenza, yo nunca en la vida he pedido», dice Jacqueline Álvarez, de 42 años, que sostiene en la mano una bolsa lleno de provisiones en el humilde barrio de Aluche de Madrid.
Detrás de ella, una serpenteante fila de casi 700 personas se extiende entre los edificios, esperando a recibir algo con qué llenar el frigorífico gracias a la asociación de vecinos del barrio, transformada de urgencia en banco de alimentos.
No es algo excepcional ahora mismo en España, donde la demanda de ayuda alimentaria aumentó en un 40% durante el confinamiento según la Federación de bancos de alimentos (Fesbal).
Y para muchos es algo nuevo, como para Jacqueline. Hace dos meses que su marido y ella, con tres hijos a cargo, no ganan dinero.
«Mi marido es camarero. Está en un plan de desempleo parcial pero todavía no hemos recibido la prestación. Yo soy empleada doméstica pero mis empleadores no me han dado de alta en la seguridad social», con lo que esta hispanohondureña no puede acceder al subsidio por desempleo.
El problema es mundial: según la oenegé Oxfam, la crisis sanitaria puede precipitar 500 millones de personas en la pobreza.
Pero en España, la crisis impactó de lleno en una economía que ya registraba la segunda tasa de desempleo más alta de la zona euro por detrás de Grecia.
– Una caída más brutal –
«Esta situación ha impactado en primer término sobre las personas que ya eran vulnerables (…) que no habían llegado a reponerse de la crisis de 2008», señaló el jefe de gobierno, el socialista Pedro Sánchez.
Durante esa recesión, especialmente virulenta en España, el desempleo rozó el 27% en 2013 hasta descender al 13,8% a finales de 2019. Para este año, el gobierno augura un 19%.
Aunque la crisis no alcanzó los niveles de 2008, el impacto ha sido más brutal y repentino.
«La crisis que tenemos ahora ha sido exponencialmente mucho mayor que la que tuvimos en 2008. En Cruz Roja no hemos hecho una movilización de recursos como esta en nuestra historia», señala Olga Díaz, directora adjunta de ayuda social de la oenegé en España.
Sus redes ayudaron a más de 1,5 millones de personas desde el inicio de la cuarentena, un 68% de las cuales nunca habían solicitado sus servicios, precisa.
Al contrario que en 2008, «esta crisis ha paralizado la economía sumergida», que una década atrás había amortiguado el declive de muchas familias, explica Ángel Franco, portavoz de la Fesbal.
Antes incluso de la pandemia, y pese a cinco años de vigoroso crecimiento económico, las tasas de pobreza «escandalosamente elevadas» ya figuraban entre «las peores de la Unión Europea», denunciaba en febrero el relator de la ONU Philip Alston al culminar una investigación en el país.
– Pobreza y solidaridad –
Como ya ocurrió un decenio atrás, la solidaridad se incrementó a la par que la pobreza.
En la asociación de vecinos de Aluche «a veces se hacen colas para entregarnos comida», explica Esperanza Vivas. Y en Cruz Roja, el número de voluntarios se duplicó.
A veces, la oferta de ayuda sobrepasa la demanda.
«Te llama más gente de 1.000 sitios diciendo +tengo tal, tengo esto, tengo lo otro+, también voluntarios, tenemos mucha más gente de la que podemos tener aquí» ayudando, relata Miquel Querijo, delegado del Orden de Malta en Madrid.
En su restaurante caritativo en el barrio popular de Tetuán, los voluntarios veteranos de la anterior crisis se unen a los recientemente incorporados, como la abogada Elena Lizaur.
Como la actividad judicial también está bajo mínimos por el confinamiento, «nosotros, los abogados, tenemos poco trabajo ahora», señala.
«Entonces he utilizado este tiempo para venir aquí», añade esta madrileña de 61 años.
Pero no solo basta con la labor de las oenegés.
«España no puede permitirse las imágenes de las colas en las puertas de comedores sociales», reconoció Pedro Sánchez al anunciar la instauración desde junio de un ingreso mínimo vital.
Esta prestación beneficiará a «casi 850.000 hogares» en situación de «pobreza severa».
Esperando estas eventuales ayudas, Jacqueline Álvarez confiesa vivir «día a día»: «No me pongo a pensar en el virus, me pongo a pensar qué hago hoy de comer, qué voy a dar a mis hijos».