Dr. Carlos G. Jaime M.
Hoy me voy a referir a un problema asistencial hospitalario, que resulta un verdadero problema de salud pública y me refiero a dipsomanía, y esta palabra proviene del griego Dipsa=sed y uavia=locura, lo que comúnmente se conoce como alcoholismo o adicción a bebidas embriagantes, por cierto, conocidas desde la antigüedad, puesto que los egipcios y luego los griegos producían vino y cerveza, y estas bebidas más otras que aparecieron posteriormente, constituyen en la actualidad uno de los fenómenos sociales más extendido pero además alarmante, por las consecuencias que su abuso implica.
Las estadísticas la relacionan a nivel mundial con un poco más de la mitad de los accidentes de tránsito, del 15 a 20 % de lesiones en los centros de trabajo, y cerca del 50 % de los homicidios. Agregado a esto, se vincula el consumo de alcohol en exceso a problemas de salud tanto físicos como mentales.
Los especialistas consideran que hay 2 tipos de dependencia alcohólica. Una psicológica relacionada con problemas emocionales, y otra física de tipo genético en la que se observa el “síndrome de abstinencia”, y en esta segunda hay 2 subtipos. Uno continuo en que el individuo necesita beber diariamente, y el otro, en el que existen períodos variables de abstinencia relativamente prolongados, tales como, semanales o quincenales, por ejemplo, alternados con recaídas.
Este último subtipo es el que se ve en la cultura del venezolano, cuando a pesar de la crisis socioeconómica que padecemos, los fines de semana ya desde el viernes, podemos observar en las adyacencias de las licorerías como se reúnen grupos de consumidores violando por cierto disposiciones legales, y esto no se ve tan solo en las ciudades, sino que también en nuestros campos con sus funestas consecuencias.
En este tenor me refiero especialmente a los accidentes de tránsito. Antiguamente cuando el transporte se hacía en montura de bestias, el animal por instinto llevaba al embriagado a su casa y solo si este se caía de la montura se producían lesiones. El problema ahora es que nuestros jóvenes citadinos e igualmente los campos utilizan motos para trasladarse, y lógicamente la incidencia de accidentes se incrementa al manejar bajo embriaguez estos vehículos que, bajo la ingesta de bebidas alcohólicas se inhiben la rapidez de reflejos, y el resultado son accidentes a menudo fatales, porque como en este tipo de vehículo el cuerpo no tiene ninguna protección, los politraumatismos son la regla general, aunado a que este tipo de lesiones es de difícil, costoso y prolongado tratamiento, llenando las camas de los servicios de traumatología y a aún de otras especialidades quirúrgicas de nuestros menguados hospitales, agravando el déficit de camas y acabando con los escasos insumos que llegan. Es por eso que las listas para hospitalizar pacientes quirúrgicos se extienden por años, y no por días como debiera ser.
Es hora ya, que los ministerios de Salud y educación instrumenten programas de prevención escolar desde la primaria haciendo énfasis en la secundaria y universidad, cuando los adolescentes inician la conducción de vehículos, y una de las características de esa edad es la velocidad que, sumada a la ingesta de bebidas embriagantes, producen accidentes a menudo mortales. A ver si entre todos disminuimos esta verdadera epidemia.