Columnista de Nuestro Consejo Editorial:
Presbítero: José Lucio León Duque.

SACERDOTE DE LA DIÓCESIS DE SAN CRISTÓBAL

Párroco de la Parroquia “El Sagrario Catedral”

“Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre, así te ha parecido mejor”. Mt 11, 25-30.

En este período hemos podido vivir y experimentar todo aquello que respecta al tema del COVID-19, cómo ha involucrado al mundo y lo que está padeciendo, viviendo y sintiendo cada nación, cada persona. Esto debe hacernos reflexionar en cuanto somos testigos de la historia, una historia que no debe, por ningún motivo, alejarse de Dios y más aún en este momento en el cual tanto necesitamos de Él. Si estamos unidos a Dios, si vivimos junto a Él, si en nuestra vida cotidiana ofrecemos nuestras obras con amor y sinceridad, estamos siendo partícipes de esa historia en la que encontraremos destellos de luz en medio de la oscuridad.

APRENDER DE DIOS

A través de la Sagrada Escritura encontramos respuestas a los interrogantes que se nos presentan, y más aún cuando deseamos ser testigos de la verdad, del Evangelio de Jesús que, en medio de adversidades y momentos de dificultad, siempre nos da una respuesta justa. Vemos a diario cómo se nos muestra la omnipotencia de Dios, su grandeza y su humildad para bendecir por siempre su nombre y su acción en cada uno de nosotros.

Construir la paz en tiempo de crisis, vivir la armonía como verdaderos discípulos del Resucitado, estar en comunión como hermanos, conlleva no sólo leer el Evangelio, sino vivirlo, ponerlo en práctica, hacerlo vida en gestos concretos de fraternidad en medio de la dificultad. Dios alivia nuestro corazón y nosotros, a su vez aprendemos de Él, que es manso y humilde de corazón. Es allí donde radica nuestra condición de cristianos: ser como Jesús. El cristiano debe estar unido a la historia, a lo que sucede a su alrededor, a tener fe en Dios que abre el corazón del hombre para vivir y compartir el sufrimiento y la esperanza de tantos que necesitan de ello, de los pobres y excluidos de la sociedad, de aquellos que en la actualidad han perdido la esperanza, la ilusión.

Reflexionemos: ¿Hemos aprendido de Dios ser fraternos, sinceros y generosos? ¿Estamos poniendo por obra lo que Jesús nos enseña en el Evangelio? ¿Valoramos los detalles de amor que Dios tiene para con nosotros? Es necesario interpelarnos y ser agradecidos, ya que el amor de Dios está por encima de cualquier dificultad.

Encontraremos descanso en Dios cuando -con fe, esperanza y caridad- reconozcamos la grandeza de su amor y su misericordia. Esto nos ayudará a sentir la urgente necesidad de ayudarnos los unos a los otros, siendo conscientes del cuidado y la prevención que es menester vivir entre todos. Debemos ayudarnos en lo material, en lo espiritual y ser conscientes de la necesidad de ser obedientes, honestos, transparentes y dóciles, ante la necesidad de tomar conciencia de lo que debemos hacer.

MARÍA SANTÍSIMA NO NOS ABANDONA

En este itinerario de vida y de amor, María Santísima nos guía y nos lleva de la mano. Debemos insistir en el amor y devoción que todo cristiano le debe profesar, como verdaderos hijos suyos. Nuestra madre es la luz, la esperanza, el pilar del amor que nos lleva a Jesús. Ella nos enseña la sencillez que falta en tantos sitios, la humildad de la que carecen muchos corazones y cómo proclamar las grandezas y maravillas que Dios nos regala a cada momento. Así sea.