Por: Presbítero José Lucio León Duque
Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal
Párroco de la Parroquia “El Sagrario Catedral”
Reflexión a la luz del Evangelio según San Lucas 6, 27-38
“En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: «Pero yo les digo a los que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan bien a los que los odien, bendigan a los que los maldigan, rueguen por los que los difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y los que quieran que les hagan los hombres, háganlo ustedes igualmente. Si aman a los que los aman, ¿qué mérito tienen? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacen bien a los que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amen a sus enemigos; hagan el bien, y presten sin esperar nada a cambio; y su recompensa será grande, y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los perversos. «Sean compasivos, como su Padre es compasivo. No juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de sus vestidos. Porque con la medida con que midan se les medirá»”.
La enseñanza de Jesús que hemos leído, para muchos que se hacen llamar cristianos, es imposible de realizar. ¿Será posible perdonar a quienes nos hacen daño? ¿podemos amar a aquellos que nos odian? ¿es posible bendecir a quienes maldicen y orar por quienes nos tratan mal? Humanamente hablando, estas afirmaciones de Jesús parecen inalcanzables e irrealizables, pues hacer el bien a quien nos pueda estar haciendo daño es de hecho imposible con la sola fuerza humana.
El verdadero cristiano, quien hace el bien, puede ser odiado, pero no puede odiar, tal como sucede para Dios. ¡Cuántas veces ofendemos a Dios con nuestro comportamiento!, pero Él, como Padre misericordioso nos perdona, nos ama y nos guía por el camino del bien. Podríamos pensar que el momento en el que el cristiano vive como tal, se presenta cuando todo va bien y todos aparentemente nos respetan; esos momentos de “tranquilidad” que a veces nos atormentan para no darnos cuenta de lo que pasa alrededor. Ello nos lleva a reflexionar que el momento donde el cristiano vive su plenitud de la mano con Jesús, es cuando nos alcanzan las dificultades que debemos afrontar, cuando el odio, la ofensa, la calumnia de algunos nos llega, sabiendo que las pruebas son aquellas situaciones que nos hacen fuertes.
Si somos discípulos de Jesús, debemos responder al odio con el amor (aunque nos cueste) ese amor que nos viene de Dios. ¿Seremos capaces de ello? Si hemos recibido con convicción lo que el Señor nos da cada día y abrimos nuestro corazón a Él, ello es prueba que es posible responder al mal con el bien. Jesús nos dice en el Evangelio: “bendigan a quienes los maldigan, oren por los que los maltratan. A quien te golpea en la mejilla, colócale la otra”. Es evidente que estas no son afirmaciones que deben tomarse literalmente. El mismo Jesús, cuando recibió el golpe del soldado, no colocó la otra mejilla, ¿qué significa? que el espíritu con que se debe reaccionar ante quien hace daño debe ser el deseo de amar y orar más, teniendo en cuenta la justicia y lo que nos lleva a lo correcto. Pensemos en San Francisco de Asís, San Maximiliano Maria Kolbe, San Pío de Pietrelcina, San Pablo VI, San Oscar Arnulfo Romero Gandhi, Luther King y tantos que han sido promotores de paz y de justicia.
El evangelista continúa regalándonos el discurso del Maestro: “Si aman a aquellos que los aman, ¿qué méritos tendrán? También los pecadores hacen lo mismo. Y si hacen el bien a aquellos que les hacen bien, ¿qué mérito tienen? también los pecadores hacen lo mismo.” La ofensa da al cristiano la posibilidad de amar sin recompensa, sin esperar nada; la ofensa es la ocasión para perdonar como perdona Dios. Para quien cree ¿puede existir un gozo más grande?.
Jesús concluye diciendo: “sean misericordiosos, como es misericordioso su Padre”. Estas palabras son la clave de toda la enseñanza y de todo el comportamiento de Jesús quien perdona porque el Padre perdona; el maestro busca a los pecadores, porque el Padre los busca; Jesús es misericordioso porque el Padre es misericordioso. A la luz de este evangelio, podemos sentirnos poco cristianos, pero Dios conoce nuestro corazón, nuestra fragilidad, nuestra debilidad y siempre nos espera con sus brazos abiertos, por ello cuando caemos en el pecado, nuestro Padre está siempre dispuesto a ayudarnos a levantar. Lamentablemente nuestro corazón muchas veces está impregnado de odio, venganza y lleva las cicatrices de rencores y heridas que solo Dios puede curar.
Estamos llamados a vivir en plenitud el amor de Dios. Un amor incondicional de su parte que debiera ser más correspondido de la nuestra. Un amor que nos lleva a comprender que en estos momentos que estamos viviendo, es necesario ser testigos del Evangelio de la verdad, de la mano de nuestra Madre María Santísima, quien nos enseña a ser hijos amorosos y convencidos que podemos combatir el mal a fuerza de bien. Así sea.