Eduardo Fernández
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La llamada revolución, terminó siendo una espantosa involución a nuestros peores vicios del pasado. Costará trabajo recuperar el tiempo perdido, pero lo haremos.

Con el chavismo regresaron muchos “ismos” de la política venezolana que parecían sepultados en el último cajón de la historia. Regresó el golpismo, por ejemplo y regresó con tal fuerza, que muchos opositores abrazaron la idea de que para salir del horror que había creado el golpismo chavista, la solución sería más golpismo. Golpismo nacional o golpismo internacional. Se abandonó el camino de la política, de la inteligencia, de la democracia y se abrazó el camino de la violencia, de los golpes, de la fuerza bruta.

Alguna vez leí una novela en la que se hablaba de un país tan primitivo y tan salvaje que “allí todavía los militares daban golpes de estado para cambiar los gobiernos.”

Pero no sólo fue el “golpismo”, otro ismo funesto que resucitó, fue el militarismo. En la historia venezolana el militarismo ha sido una trágica constante. La Fuerza Armada es una institución muy respetable y muy necesaria cuando cumple las funciones que le ha establecido la Constitución. El militarismo, en cambio, es una práctica abominable. Es convertir a la Fuerza Armada en un instrumento al servicio de la política partidista, del atropello, de la arbitrariedad, del abuso de poder.

Ha regresado con tal fuerza esa pésima costumbre de partidizar a la Fuerza Armada, que sectores importantes de la oposición piensan que la solución a la tragedia creada por el militarismo es, más militarismo. Militarismo vernáculo o, peor todavía, militarismo extranjero.

Han regresado otros ismos funestos: el caudillismo, el mesianismo, el autoritarismo. Chávez encarnó la figura de un mesías vengador. Un mesías de opereta. Un caudillo embriagado de poder, de dinero y de arrogancia. Todos estos “ismos”, por cierto, son típicos del siglo XIX venezolano: caudillismo, militarismo, mesianismo, autoritarismo, golpismo. Esos fueron los ismos que prevalecieron desde el nacimiento de la república en 1830, hasta la muerte del último caudillo, en diciembre de 1935.

Todavía tuvimos unos estertores del golpismo militarista en octubre de 1945 y en noviembre de 1948. El militarismo nos acompañó durante toda la década que terminó en enero de 1958.

Los viejos fantasmas del pasado volvieron a aparecer, para desgracia de las nuevas generaciones de venezolanos, a partir del 4 de febrero de 1992. La llamada revolución, terminó siendo una espantosa involución a nuestros peores vicios del pasado. Costará trabajo recuperar el tiempo perdido, pero lo haremos. Los venezolanos volveremos a ser una nación civilizada.

Seguiremos conversando.