Pbro. José Lucio León Duque
Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal

Reflexión a la luz de la Palabra de Dios

“Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo.” (Mt 28, 19-20).

El gozo del amor de Dios nos regala una gran fiesta. La Pascua no termina, Emaús continúa haciéndose vida cada día; la presencia de Jesús en el cenáculo del corazón del hombre es símbolo constante en la espiritualidad de todos los cristianos. Cada celebración inicia invocando la Trinidad: en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Es así que, nombrando con el corazón y los labios a Dios, somos testigos de su vida en nosotros. Se nos invita a alabar a Dios y admirarlo en sus obras y acciones; pidiendo constantemente su amor y su misericordia para que, creyendo en Él, seamos partícipes de la salvación.

Misterio de fe, misterio que se vive

Un modo para comprender el misterio de la Trinidad, es el que se nos presenta y cómo la percibimos: el Padre Creador, el Hijo Salvador y el Espíritu Santo santificador. La manifestación de las tres divinas personas se muestra en las obras de Dios en el mundo y en el corazón del hombre. Esto se expresa en la realidad de la creación, en la Paternidad Divina que es principio y fin de toda realidad del universo.

Así mismo, el sacrificio amoroso de Dios, que se cumple al hacerse hombre como nosotros, nos revela y nos deja como herencia, la salvación para todos y el amor que se manifiesta en la acción del Espíritu Santo, fuego en el alma de los bautizados, luz y guía para los fieles, cooperando de esta manera en el plan salvífico que Dios nos propone.

Cada vez que hagamos la señal de la cruz, recordemos el gran misterio de Dios presente en nuestra vida, teniendo en cuenta que, en ese momento, podemos y debemos manifestar también exteriormente nuestra fe. Esto ayuda a reforzarla, cultivarla y transmitirla siempre más, en la medida que la comunicamos a nuestros hermanos, de modo particular, a los más pobres y excluidos, quienes requieren una especial atención.

La Virgen María y La Trinidad

Cada día que pasa, tiene momentos concretos en los cuales la mirada al cielo debe ir acompañada de una jaculatoria y oración a la Santísima Trinidad. Ella está en nuestras vidas y junto a ella, contamos con la presencia maternal de María Santísima. Nuestra madre del cielo nos guía hacia la convicción de la presencia constante de Dios quien nos hace discípulos de su Hijo y, con la protección del Espíritu Santo, nos da la fuerza para unirnos a la Misión Evangelizadora permanente, a la que todos estamos llamados como mensajeros de la paz, discípulos y misioneros. Así sea.

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