Pbro. José Lucio León
Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal

“Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos. La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra.” (Sal 84,10).

La Iglesia católica, una y santa, Iglesia fundada por Jesucristo, nuestro Maestro y Señor, nos da la posibilidad de encontrar en ella la fuente de paz, de amor, de esperanza que todos necesitamos. La alabanza que cada cristiano debe expresar y experimentar para con Dios, es una manifestación clara y precisa del amor, el conocimiento y la vida en Dios de quien siente su presencia verdadera y real en el corazón del hombre y en medio de su pueblo.

Todos podemos y debemos sentirnos partícipes de la liturgia que hoy nos hace un llamado y nos hace participar del sacrificio de Jesús con el cual obtenemos la Salvación.

DESTINADOS POR DIOS A SER FELICES

Hoy se nos llama a vivir el Evangelio con el corazón, como miembros de la Iglesia que buscan la justicia, la verdad, la esperanza. Jesús escoge a los Apóstoles como sus representantes personales, como testigos y profetas, no como simples portadores de un mensaje nada más. La identidad del cristiano se debe manifestar en una vida austera y santa, en dedicación incondicional para con los demás. El Evangelio de este domingo nos refiere que Jesús les dio “autoridad sobre los espíritus inmundos” (Mc 6, 7).

Les mandó que no llevaran nada para el viaje, sólo un bastón: ni pan, ni mochila, ni dinero en la bolsa. Dios da unas indicaciones precisas que mueven el corazón y la vida del hombre a sentir su llamada, como símbolo del amor que tiene para con todos.

La Palabra de Dios tiene connotación universal, es para todos y en todos debe ser manifestación de salvación, de liberación, de superación de obstáculos, de purificación de nuestros corazones, de destrucción del maligno que muchas veces se encarga de dañar la vida de quienes deseamos caminar en el amor de Jesús.

MARÍA SANTÍSIMA NOS ACOMPAÑA

En este itinerario de vida y de amor, María Santísima nos guía y nos lleva de la mano. Debemos insistir en el amor y devoción que todo cristiano le debe profesar, como verdaderos hijos suyos. Nuestra madre es la luz, la esperanza, el pilar del amor que nos lleva a Jesús. Ella nos enseña la sencillez que falta en tantos sitios, la humildad de la que carecen muchos corazones y las grandezas y maravillas que Dios nos regala a cada momento. Así sea.

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