Eduardo Fernández
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Un país moderno, con servicios públicos adecuados que promueva los consensos y no las confrontaciones y que asegure el respeto a los derechos humanos y al estado de derecho.
Gracias al socialismo del siglo XXI el futuro de Venezuela se nos presenta con colores muy oscuros.
Una generación de niños desnutridos, con limitaciones físicas y mentales muy severas. Un país empobrecido y castigado por políticas económicas equivocadas y sembradoras de desconfianza. Un deterioro creciente de los servicios públicos: agua, electricidad, gas, gasolina (en un país con inmensos recursos de agua y petróleo), salud, educación, vialidad, transporte, teléfonos, aseo urbano, y un largo y dramático etcétera.
Lo más grave es el deterioro moral y espiritual de la población. Para el socialismo lo ideal es contar con ciudadanos empobrecidos, entristecidos y dependientes de las dádivas miserables del gobierno, incapaces de rebelarse y reclamar sus derechos. Un ciudadano con la mano extendida hacia los favores de un gobierno, que maneja los recursos públicos (que son de los ciudadanos) como si fueran propiedad del gobernante para dar donde le provoque. Ciudadanos comprometidos a devolver en sumisión política los “favores” recibidos del presupuesto nacional.
El objetivo fundamental de la política del gobierno es lograr la indiferencia, la apatía y la desconfianza cívica de los ciudadanos. Han logrado instaurar la cultura de la abstención electoral o de la desconfianza y la indiferencia frente a los procesos electorales. Se trata de asegurar dos cosas: una abstención de más del cincuenta por ciento de los electores y una fragmentación de la votación opositora. Con esa fórmula tienen asegurados los triunfos electorales gracias, sobre todo, a la disciplina impuesta por el hambre y por el miedo a su propio y escuálido electorado.
El país de nuestros sueños es todo lo contrario. Un país de ciudadanos dispuestos y entusiastas. Libres. Comprometidos a labrarse su propio futuro, con espíritu emprendedor. Ciudadanos que no están esperando dádivas del gobierno, sino que aspiran a un Estado que garantice el clima adecuado para que prospere la iniciativa individual y ellos puedan decidir por sí mismos su futuro.
Soñamos con un país en el que “los mejores”, los más preparados y los más capacitados no se ausenten de la participación política, sino que la asuman con sentido de responsabilidad y con patriotismo.
Un país con escuelas bonitas y bien equipadas que atraigan a nuestros niños y les aseguren alimentación física, espiritual y moral. Un país con maestros bien preparados, bien pagados y bien tratados por la opinión nacional.
Un país moderno, con servicios públicos adecuados que promueva los consensos y no las confrontaciones y que asegure el respeto a los derechos humanos y al estado de derecho.
Seguiremos conversando.
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