Pbro. José Lucio León
Sacerdote de la diócesis de San Cristóbal

“Ánimo, levántate, que te llama” (Mc 10, 49)

Como cristianos y testigos del Evangelio, estamos en un camino de esperanza que se complementa en la vida cotidiana con las obras de caridad y el deseo de ver y vivir cada vez mejor, el itinerario de fe que debemos recorrer. La vista, sentido que regala el Señor a Bartimeo, nos lleva a meditar nuestra situación personal: ¿estamos ciegos? o por el contrario, ¿nos dejamos curar por Dios? Veamos.

“ÁNIMO, LEVÁNTATE, QUE TE LLAMA”

La invitación de Jesús a seguirlo, a escucharlo, a verlo, es una llamada de amor y de paz. Es un momento privilegiado, ya que el Señor ofrece su salvación no solo al alma sino también al cuerpo. Al ciego le devuelve la vista, le concede la oportunidad de poder encontrar luz en el camino y en la vida, le regala la posibilidad de salir de la oscuridad para ser testigo de la claridad que existe si vivimos inmersos en su corazón. “Ánimo, levántate, que te llama” (Mc 10, 49). Es la frase que se convierte en vida, en esperanza, es fe. Es la invitación a ver en Jesús el camino que nos lleva a la verdad, que nos devuelve la vista, que nos estimula a vivir como hermanos, ayudándonos en lo que sea necesario.

Levantarse es dejar atrás las malas costumbres, es unirse cada vez más al testimonio de vida que Dios nos ofrece; es dar a los demás la posibilidad de ver con más certeza el itinerario que nos lleva a Dios, que nos conduce por sendas de unidad con el fin de recoger los mejores frutos. Levantarse es fomentar la honestidad, la verdad, la fortaleza; levantarse es tener la fuerza para dar el paso decisivo en la conversión de vida. Nuestra petición debe ser como la del ciego: pedir misericordia y compasión, a través de ello lograremos purificarnos y ayudar a tantas personas que están necesitadas de luz, de guía, de acompañamiento. Así mismo, es necesario afianzar cada vez más nuestra fe en Dios y pedir por los sacerdotes quienes, como representantes de Dios, llevamos en su nombre el mensaje del Evangelio de la verdad a todos sin exclusión.

Pidamos con fe a Dios nos dé la vista, para experimentar su vida en profundidad, siendo testigos de su amor, sacando las dudas que puedan existir en nuestros corazones y así poder caminar hacia la luz que nos lleva a la salvación.

MARÍA, MAESTRA DE FE

De la mano con María, nuestra madre del Rosario, podemos caminar seguros y con humildad para recibir con amor los dones que Dios nos da, y que se convierten en gozo y gracias abundantes. El Espíritu Santo nos ilumine y haga de todos y cada uno de nosotros fieles discípulos que sienten en su corazón la misericordia y la paz como un regalo amoroso de Dios. Nuestra oración se eleve al Todopoderoso por nuestros sacerdotes, por el ministerio que, en nombre de Jesucristo, vivimos día a día en medio del pueblo santo de Dios.

Así sea.

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