Pbro. José Lucio León
Sacerdote de la diócesis de San Cristóbal
Reflexión a la luz de la Palabra de Dios
“El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre”.
(Mc 13, 24 – 32). EL
La liturgia de la Palabra se detiene de una manera particular en observar el tema del fin como epílogo de la historia actual, estado en el que se debe vivir la misericordia, la justicia y el sentido de pertenencia, las cuales están presentes, nunca se ausentan y no tienen límites de tiempo, siempre han estado allí en medio de los humanidad.
Si se sabe vivir y experimentar el amor de Dios, no se agotan, existen para todos sin excepción ni exclusión porque Dios no se fija en el comportamiento indigno ni en la cantidad de caídas, ni toma en cuenta si le hemos abandonado o despreciado; Él ve y valora el dolor del alma que pide con amor sabiendo que el final es el inicio de la vida.
EN LAS MANOS DE DIOS
La oración piadosa, prendada de fe, hecha con absoluta confianza, con total desprendimiento de egoísmo, vanidad o avaricia y con la certeza que sin Él no se puede hacer nada; ésa, es la que nos da la “posibilidad” de obtener lo que pedimos.
Y digo “posibilidad” porque nuestra oración no es una orden impuesta a Dios, ni Él está obligado a cumplir nuestra voluntad; es Dios en Su infinita sabiduría, quien considera lo que es justo e injusto, y finalmente hace Su voluntad, que siempre será lo mejor para sus hijos, así no lo entendamos.
La justicia divina es superior a la terrenal. Dios juzgará y actuará como juez honesto y justo, sólo debemos ser pacientes y aguardar, a que llegue el momento, porque Dios, al escuchar nuestra súplica, sin duda alguna responderá y nos ayudará.
La oración y la reflexión personal, junto con el conocimiento y la profundización en la Sagrada Escritura, hacen del cristiano, alguien pleno de la sabiduría, de una sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe y las obras. Veamos, pues, en todo esto, el valor fundamental de la oración, su influencia en el hombre y la receptividad con que Dios la acoge, experimentando en la vida cotidiana lo que tenemos realmente en nuestro corazón.
Venceremos al mal con la fuerza de la oración y con la práctica de la virtud; virtud entendida no como una simple idea humana o filosófica sino entendida de una manera más elevada y sublime, que eleva lo humano y lo acerca a Dios, algo que solo la fuerza del amor de Dios, que es justo, puede donar.
MARÍA, BENDECIDA POR DIOS
Llena de gracia y bendecida por Dios, colmada de amor y guía para unirnos más a Él, tenemos el ejemplo de una gran mujer, María nuestra Madre.
En ella y junto a ella debemos caminar confiando en la justicia de Dios, que hace del hombre fiel discípulo del maestro del amor. Así sea.
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