El manacorí vuelve a un torneo que no pisa desde 2017. El gran objetivo, recuperar ritmo de competición de cara a su principal desafío: el próximo US Open.

El ATP Cincinnati 2022 no es el mejor amigo de Rafael Nadal. Al menos, claro, a nivel histórico. Es el Masters 1000 en el que tiene un peor ratio de efectividad (67% de triunfos), en el que solo ha pisado una final (eso sí, la ganó) y en el que no compite desde hace cinco años, la mayor brecha en la actualidad (su última participación fue en 2017). Y, sin embargo, el evento de Ohio se antoja clave para sus aspiraciones de cara al US Open 2022. Sabemos que Rafa gusta de tener cierto rodaje y ritmo antes de un Grand Slam, y Cincinnati cumplirá esta función: dotarle de ritmo de competición, hacerle volver a sentir la adrenalina de un partido (muy diferente a la de los entrenos) y adaptar su tenis y piernas a las exigencias de cemento. Será la ‘gran palanca’ de Nadal.

Si echamos un vistazo a sus prestaciones en el Western & Southern Open nos encontramos un currículum marcado por la irregularidad. La situación de Cincinnati en el calendario, colocado como un sándwich entre Canadá (evento fetiche del manacorí) y el US Open, ha provocado que Rafa haya sacrificado este evento como parte de su gira norteamericana. Así lo hizo, por ejemplo, en la última ocasión que conquistó el trofeo en Flushing Meadows, un 2019 en el que campeonó en Montreal y Nueva York, pero en el que ni se presentó en Ohio; en 2018, un año antes, optó exactamente por la misma fórmula, coronándose en Toronto y cediendo en semifinales del US Open ante Juan Martín del Potro.

Tenemos que retrotraernos al 2017 para ver al balear compitiendo en Cincinnati. Aquella gira se saldó con un incontestable triunfo en el US Open, pero Cincinnati se convirtió en el peor acto de todos. Rafa cedió ante Nick Kyrgios en un encuentro en el que se mostró apagadísimo, sin alternativas para encauzar el barco ante el vertiginoso ritmo de Nick. Hablamos de la superficie más rápida de toda esta gira de cemento, un añadido que ha dificultado la vida de Nadal en pasadas ediciones, si bien ahora, con su juego renovado y su mayor agresividad desde el servicio, podría servirle incluso de acomodo para no verse empujado hacia batallas físicas tras salir de la lesión en el abdominal.

2013, UNA EXHIBICIÓN EN EL RECUERDO

La única final de Rafa en suelo estadounidense tuvo lugar en una inolvidable temporada para todos sus seguidores. 2013 le volvió a encumbrar a lo más alto y Norte América fue territorio talismán: Nadal barrió a la competición, hizo triplete y quizás triunfar en Cincinnati, un torneo que históricamente le había sido muy esquivo, fuese el impulso definitivo para mostrar su nivel más salvaje en Flushing Meadows. El camino, además, estuvo lleno de minas: hizo frente a un Roger Federer que a punto estuvo de reverdecer laureles en una temporada complicada (5-7, 6-4, 6-3), avanzó a semifinales para superar la potencia de Tomas Berdych (7-5, 7-6(4)) y esquivó las bombas de John Isner para levantar el trofeo (7-6(8), 7-6(3)). Como ven, si por algo se caracterizó el camino de Rafa fue por un nivel excelso en los tie-breaks, a pesar de verse las caras con sacadores de toda índole.

Lejos quedan aquellas derrotas ante Novak Djokovic a finales de la primera década de los 2000. Rafa es ahora un jugador completamente diferente y vuelve a Cincinnati con hambre, con el beneficio de un cuadro benévolo en su principio (ha evitado grandes cocos en las dos primeras rondas, además de ver en su camino a jugadores que le pueden ofrecer cierto ritmo desde el fondo de la pista) y que podría servir como puesta a punto perfecta de cara a un posible duelo en cuartos de final ante Jannik Sinner o Felix Auger Aliassime. El toro vuelve, apretando los dientes, habiendo sanado las heridas de Wimbledon y un solo deseo: seguir aumentando su cuenta de Grand Slams. Cincinnati será la primera palanca.

Fuente: ATP