FUENTE: MARCA
La depresión no es sólo cosa de adultos. Es un problema de salud que no sólo afecta a este grupo de población sino que los jóvenes y adolescentes también pueden padecer trastornos depresivos.
Según Ángeles Sánchez Cabezudo, psiquiatra en Complejo Hospitalario de Toledo, a nivel mundial, “la depresión es la cuarta causa principal de enfermedad y discapacidad entre los adolescentes de edades comprendidas entre los 15 y los 19 años y la decimoquinta entre los de edades comprendidas entre los 10 y los 14 años”.
En cuanto a la ansiedad, informa la experta, “es la novena causa principal entre los adolescentes de 15 a 19 años y la sexta para los de entre 10 y 14”. Estos datos abruman, sobre todo teniendo en cuenta que en estas edades es cuando se debería disfrutar de los amigos y de la familia y dedicar tiempo a la formación para el futuro, algo que este tipo de trastornos dificulta.
Como indica la experta, “los trastornos emocionales pueden afectar al rendimiento académico y a la asistencia escolar y exacerbar el aislamiento y la soledad, incluso, en el peor de los casos, conducir al suicidio”.
De hecho, cada año se suicidan cerca de 800.000 personas en el mundo y ésta es la segunda causa de muerte en el grupo etario de entre 15 y 29 años.
No es que hayan aumentado los casos de depresión en este grupo de edad con respecto a años anteriores sino que, según Álvaro Frías, doctor en Psicología por la Universidad de Ramon-Llull, de Barcelona y psicólogo del Centro de Salud Mental de Adultos de Mataró, “ahora existen instrumentos de evaluación más válidos y fiables que antes y una mayor sensibilidad para la detección y abordaje en población no adulta de este tipo de trastornos”.
En opinión del experto, la detección precoz es clave: “No detectar o tratar la depresión a tiempo es un claro factor de riesgo para que a corto, medio y largo plazo aparezcan otros trastornos mentales, especialmente trastornos por uso de sustancias (incluyendo la dependencia de nicotina) y las adicciones comportamentales (móvil, videojuegos, etc.)”.
En otros casos, añade, “su no abordaje empeorará el curso de otros diagnósticos concurrentes, tal y como pueden ser los trastornos de la conducta alimentaria y a nivel de patologías somáticas, la depresión mayor empeora el curso y abordaje de otras patologías como la diabetes tipo 1 o se erige en un factor de riesgo para presentar obesidad y, con ello, diabetes tipo 2”.
Además, más allá de otros cuadros psiquiátricos, la depresión mayor se asocia a consecuencias psicosociales notables. “A corto plazo puede derivar en fracaso escolar o embarazos no deseados, pero a medio y largo plazo, esto puede derivar en desempleo, menor estatus económico, esperanza de vida menor (tanto por incremento de patologías médicas concurrentes como por el suicidio consumado)”, alerta.
Por todo ello es clave su abordaje a tiempo, y es que, de todos los jóvenes que notaron síntomas de trastorno mental depresivo, “sólo la mitad solicita algún tipo de asistencia”, afirma Juan González, profesor asociado de la Facultad de Psicología de la Universidad de Granada. De ellos, “la mayoría acude al psicólogo, al médico de cabecera o al psiquiatra”. Esto significa que “la identificación rápida de los síntomas por parte del entorno o del propio adolescente es esencial”.
¿Cuáles son las señales?
El desánimo social, futuros laborales inciertos, cambios en las relaciones sociales, sentimentales y culturales son, para González, algunos elementos asociados a la aparición de la depresión en el joven y adolescente.
Además, “componentes como ser bueno en los estudios, en las relaciones sociales o cumplir con los estándares marcados se configuran en la mente del adolescente como criterios de éxito o fracaso y esto determinará, en muchos casos, sus respuestas emocionales de satisfacción e insatisfacción”, recalca González, y pueden ser desencadenantes de ciertos trastornos.
Aunque no existe un perfil de adolescente concreto tendente a la depresión, sí hay personalidades o signos que pueden hacernos sospechar de que algo pasa. “Adolescentes con baja persistencia o bajos niveles de atención, que tienen pensamientos de baja utilidad de lo que deben hacer y ocupar su tiempo, mantener una exigencia alta en cuanto a conseguir objetivos, no aceptar el sufrimiento por el refuerzo, depender demasiado de la consecución de recompensas a corto plazo o falta de recursos y habilidades comunicativas podrían considerarse indicadores de una mayor probabilidad de caer en procesos negativos de pensamiento”, advierte González.
Sánchez Cabezudo concreta un poco más. Según la experta, “hay ciertas personas que por su forma de ser son más propensas a padecer depresión. Las personas responsables, con baja autoestima, exigentes, perfeccionistas, con un elevado sentido del deber y de respeto, minuciosos, baja tolerancia al fracaso y con planteamientos vitales muy rígidos tienen un mayor riesgo de sufrir depresión”.
Estos pacientes, además, “suelen dar mucha importancia al control, por lo que les gusta saber lo que ocurre en cada momento, adoran la rutina, detestan la improvisación o las sorpresas y sufren si sienten que no controlan algún aspecto de sus vidas”.
Si hablamos de un prepúber (antes de los 11/12 años), “la presencia de somatizaciones (cefaleas tensionales), la ansiedad de separación de los referentes o la fobia escolar pueden ser indicadores de que algo está pasando”, afirma Frías.
Si hablamos de adolescentes, algunos signos evidentes serían “irritabilidad (con o sin alteraciones de conducta notables), la tendencia al aislamiento, el abandono de actividades sociales, una disminución del rendimiento escolar, la presencia de somnolencia diurna (por insomnio nocturno), la «normalización» de los comentarios sobre los deseos de morir «explicados» como una opción libre, responsable y propia de cada individuo, etc.”.
Es importante tener en cuenta que sentimientos como “la tristeza o la infelicidad, el desinterés o la irritación son elementos con los que se convive habitualmente”, señala González, por eso, no todo este tipo de comportamientos o actitudes debe considerarse como un indicio de algo sino que, según el experto, “los procesos depresivos deben pasar por la confluencia de varios de estos estados de ánimo negativos y, además, deben estar mantenidos en el tiempo (a partir de dos meses)”.
Además de estos rasgos y de estas caracteríticas, Frías enumera una serie de factores de riesgo asociados:
- Ser mujer (vs hombre).
- Vivir en un ambiente familiar poco cohesionado.
- Tener antecedentes de depresión mayor en los progenitores.
- Vivir situaciones objetivamente traumáticas y/o está sometido a situaciones de estrés crónico.
- Presentar de base otros problemas (neuro) psiquiátricos (trastornos del aprendizaje, autismo, trastorno por déficit de atención, etc).
Tratamiento
Tras la detección de un posible problema de depresión, el siguiente paso es adoptar medidas y aplicar el tratamiento más indicado en cada caso. Según Frías, “en menores prepúberes, el tratamiento de elección es la psicoterapia, que debe incluir algún tipo de intervención familiar y, a ser posible, en coordinación con la escuela”.
En adolescentes, “el tratamiento habitual será combinado, es decir, psicoterapia y psicofarmacología. En cuanto a la psicoterapia, suele hacerse en formato individual, apoyado adicionalmente en asesoramiento familiar”.
El uso adicional de psicofármacos (antidepresivos), añade, “se recomienda sobre todo en depresiones mayores moderadas-graves (no leves), siendo los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (sertralina, escitalopram, etc) los fármacos de elección”.
Su efectividad “se ha demostrado especialmente en la reducción inicial de la clínica depresiva más que en mantenimiento de un estado prolongado de estabilidad emocional (eutimia) a medio o largo plazo”.
Con todo, señala que “su prescripción debería ser monitorizada con una cierta periodicidad porque en algunos de estos adolescentes puede incrementar transitoriamente la presencia de ideas suicidas”.
A estas terapias, González añade hábitos de vida saludables: “Mantenerse activo es uno de los principales protectores de las respuestas depresivas. La respuesta fisiológica que genera un ejercicio moderado es mucho más eficaz y duradera que la que ejerce un fármaco y una buena práctica es una de las principales recomendaciones que acompañan al tratamiento psicológico”.
Otro de sus consejos es tener una vida social “rica y positiva, relaciones positivas hacia conductas saludables basadas en la confianza, cercanía o complicidad, buscar la conexión con la naturaleza o tener momentos basados en la risa y en la cercanía emocional”.