El inesperado parón de la actividad humana está permitiendo a los sismólogos hacer mediciones mucho más precisas y fiables

FUENTE: ABC

La paralización del mundo a causa de la epidemia de coronavirus está teniendo una consecuencia inesperada: la reducción de las vibraciones de la Tierra.

En diferentes partes del planeta, en efecto, los investigadores que estudian sus movimientos han reportado una brusca caída del «ruido sísmico», que no es otra cosa más que el zumbido que producen las vibraciones de la corteza terrestre. Un zumbido que se ha vuelto mucho más tenue debido a la desconexión de las redes de transporte y la paralización de las actividades humanas.

Según se explica en Nature ese súbito «silencio», además, podría permitir a los sensores sísmicos detectar terremotos más pequeños y actividades volcánicas más sutiles, cuyos datos suelen perderse en medio del incesante ruido de las actividades humanas.

Según explica Thomas Lecocq, sismólogo del Observatorio Real de Bélgica, donde se observó el fenómeno, una reducción del ruido sísmico de esta magnitud solo se experimenta, y de forma muy breve, durante las fiestas navideñas.

Una corteza que vibra

Del mismo modo en que algunos eventos naturales como terremotos y erupciones hacen que la corteza terrestre se mueva, también las vibraciones causadas por millones de vehículos en movimiento o maquinaria industrial a pleno rendimiento tienen el mismo efecto.

Y aunque el impacto que causan las fuentes individuales es muy pequeño, todas juntas producen un «ruido de fondo» que abarca todo el planeta y que reduce, en la práctica, la capacidad de los sismólogos para detectar otras señales (de origen natural) que ocurren en la misma frecuencia.

Los datos recogidos por un sismómetro instalado en el propio observatorio belga muestran que, en Bruselas, las medidas adoptadas para frenar la propagación de COVID-19 han reducido el ruido sísmico inducido por la actividad humana aproximadamente en un tercio.

Para Lecocq, esa reducción ha aumentado la sensibilidad de los instrumentos del observatorio, mejorando su capacidad para detectar ondas de origen natural que se producen en el mismo rango de frecuencia que el ruido. En estos momento, explica el científico, la sensibilidad del sismómetro de superficie de la instalación a la hora de detectar pequeños terremotos es ahora casi la misma que la de un detector enterrado en un pozo a cien metros de profundidad de una zona desértica.

Por supuesto, algo similar está sucediendo en muchas otras ciudades del mundo. Andy Frassetto, sismólogo de Washington, señala por ejemplo que si la situación de bloqueo continúa durante las próximas semanas, cosa que parece más que probable, los sismómetros de la ciudad «obtendrán una señal con menos ruido en la parte superior, lo que permitirá extraer un poco más de información de esos eventos».

La caída del ruido sísmico podría beneficiar también a los sismólogos que utilizan vibraciones de fondo de origen natural, como las de las olas oceánicas, para sondear la corteza terrestre. Dado que la actividad volcánica y los cambios en las capas freáticas afectan a la rapidez con la que viajan esas ondas naturales, los científicos pueden estudiar esa clase de eventos al monitorizar cuánto tarda una ola en llegar a un detector determinado. Un descenso en el ruido inducido por el hombre podría aumentar la sensibilidad de esos detectores. Lecocq asegura que su equipo empezará a hacer pruebas con ellos durante los próximos días. «Hay una gran probabilidad -dice- de que podamos obtener mediciones mucho mejores».