José Lucio León Duque
Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal

El itinerario cuaresmal nos conduce a la salvación que, a través de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, se revela parte fundamental de nuestra vida cristiana. Los cristianos, de todo tiempo, estamos llamados a mirar y vivir este itinerario con esperanza y sinceridad.

Ello nos enseña que Jesús, entrando en Jerusalén, entra igualmente en nuestra vida, en nuestro corazón. Es un camino de fe que muestra la misericordia, el perdón, la cercanía así como la confianza que Dios coloca en nosotros.

Durante la Cuaresma, se nos ha mostrado la misericordia de Dios en varias perspectivas y su luz ilumina nuestra vida dejando fe que su amor es más grande de lo que podamos pensar o sentir. Jesús quiere entrar en nuestro corazón y se hace realidad al realizar una gran procesión: no sólo la del domingo de ramos o la del itinerario cuaresmal sino una procesión que se presenta como la prolongación de la vida en Él, de su amor al pueblo que clama justicia y que, a su vez, desea no perder la esperanza.

Jerusalén se viste de gala, se llena de gozo, es privilegiada ante la presencia del maestro. Hoy Jerusalén representa a todo el mundo, todos aquellos lugares donde, viviendo de nuevo ese momento triunfal, colocan alfombras de vida y gritan de júbilo ante la presencia de Jesús que, con sobriedad, nos pide seamos testigos de su mensaje de salvación.

El hombre de hoy es iluminado por el paso del Maestro; las palmas y los ramos se mueven y se agitan gracias a la oración y la misericordia que vienen de Dios; los cantos de alabanza son la voz de tantos hombres y mujeres que claman justicia, paz, igualdad, tranquilidad en un mundo envuelto en el materialismo, superficialidad y crisis real ante lo cual no pierde la esperanza de una reconciliación sincera y una solución verdadera a todo ello.

Escuchemos a Cristo, no podemos echarnos para atrás. Es fundamental ver este camino de vida como un despertar ante la pasividad y la falta de amor que se presenta en el mundo y de lo cual nos convertimos en portavoces.

Cuando Jesús entra en Jerusalén, entra en cada una de nuestras vidas, entra en la vida de la Iglesia y ello nos lleva a indicarle el camino a los demás en la vía de la justicia, del diálogo, la paz, la unidad y hacer de ello una experiencia cierta de lo que realmente debemos hacer.

En la gran procesión de la vida, del itinerario cristiano de todos y cada uno de nosotros, está la presencia maternal de María. Ella nos acompaña y nos guía a la participación de la pasión, muerte y resurrección de su hijo, quien con su amor infinito da su vida por cada hombre y cada mujer. Como discípulos y misioneros, unámonos más a Cristo y participemos en las ceremonias de Semana Santa de nuestras comunidades llevando el mensaje del Evangelio, mensaje de paz, de esperanza, de justicia. Así sea.