Pbro. José Lucio León
Sacerdote de la diócesis de San Cristóbal

«Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador»
(Salmo17)

En el itinerario de nuestra vida cristiana, los pasos de Jesús se presentan como el camino del cual no nos debemos desviar. La liturgia hodierna es reflejo del ejemplo que Dios nos muestra, no solo para hoy, sino para toda la vida.

Es una llamada que se nos hace, para seguir los pasos de Jesús, sus huellas, sus palabras, su vida.

Las palabras del maestro, van seguidas de su ejemplo, de su misericordia, de su amor y de la paz de la que nos podemos llenar plenamente. La enseñanza del maestro es veraz y concreta: «Amarás al Señor, tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo».

Amar es el objetivo del cristiano…

En el camino que nos presenta el maestro del amor, tenemos un detalle importante: Él nos invita a amar a Dios y al prójimo. La primera invitación es total y plena, es un llamado a ver en la mirada de Dios, todo lo que necesita el hombre. Amar a Dios, un mandamiento no una obligación; una llamada, no una imposición; una vía a seguir, no un camino de esclavitud…

Cuando el hombre ama a Dios, encuentra en su alma la capacidad de corresponder a aquel que nos ha amado hasta el extremo. En Dios conseguimos la esperanza y confianza ante las dificultades y la fortaleza para poder ayudar al prójimo sin ninguna duda. La invitación de amar al prójimo se basa en la primera, no podemos por nada ni por nadie amar a alguien si ese amor no viene de Dios. En el prójimo, aunque muchas veces nos cueste aceptarlo o vivirlo, está presente la imagen de Dios.

Si miramos a nuestro alrededor, la invitación que se nos hace es para aplicarla en la vida cotidiana, sin temor ni con engaños, sino con la palabra que el Evangelio de la verdad nos enseña como discípulos de Jesús que somos. Amar a Dios y al prójimo, nos da la autoridad para enseñarle al mundo, al hombre y a la mujer de hoy, que debemos salir de la oscuridad, de las misteriosas actitudes de quienes usan la religión como escape; de aquellos que, como los fariseos, buscaban en su momento hacer caer a Jesús en algo.

Debemos actuar con fortaleza, decisión y convicción. El amor que nos enseña Jesús es el camino que debemos seguir para lograr la felicidad. No seamos de los que ponemos pruebas a Jesús; no seamos como los hijos de las tinieblas sino como los hijos de la luz. La invitación es clara: vivamos el amor, seamos fieles propagadores de ello para poder dar testimonio del significado de ese amor al prójimo…

Con María Santísima, madre del amor

En el Magnificat, María Santísima nos enseña a proclamar la grandeza de Dios y de su amor. En ella se cumple la Palabra de Dios y a través de ella podemos hacer vida lo que su Hijo nos enseña. Ella, madre del amor, nos muestra el camino a seguir y cómo un verdadero cristiano debe ser testigo del amor de Dios en medio del mundo y de la vida cotidiana. Así sea.

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