Lideró el Reino Unido durante casi siete décadas, con un compromiso inquebrantable con los rituales de su función en medio de épicos cambios sociales y económicos y de escándalos familiares.
LONDRES — La reina Isabel II, la monarca con más años de servicio del mundo, cuyo reinado de casi siete décadas sobrevivió a los cambios tectónicos de la sociedad posimperial británica y superó los sucesivos desafíos planteados por las elecciones románticas, los errores y los embrollos de sus descendientes, murió el jueves en el Castillo de Balmoral, su retiro de veraneo en Escocia. Tenía 96 años.
La familia real anunció el fallecimiento en línea.
Más temprano el jueves, el Palacio de Buckingham anunció que estaba bajo supervisión médica y que sus doctores estaban “preocupados” por su salud. La reina había permanecido en el Castillo de Balmoral durante gran parte del verano. El miércoles por la noche canceló abruptamente una reunión virtual con miembros de su Consejo Privado luego de que los médicos le aconsejaron descansar.
El martes se reunió con la primera ministra conservadora entrante, Liz Truss —la decimoquinta primer ministro con la que la reina trató durante su reinado— aunque al hacerlo, debido a su debilidad, rompió con una antigua tradición al recibirla en Balmoral en lugar del Palacio de Buckingham.
Sus años como soberana fueron una larga época de enorme agitación, en la que trató de proyectar y proteger a la familia real como un raro bastión de permanencia en un mundo de valores cambiantes.
En su coronación en 1953, un año después de acceder al trono, supervisaba un reino que emergía de un imperio de tal alcance geográfico que se decía que el sol nunca se ponía en sus confines. Pero en el nuevo siglo, mientras navegaba por su avanzada edad con creciente fragilidad, las fronteras se habían reducido. Mientras el Reino Unido se preparaba para abandonar la Unión Europea en 2020, se reavivó el clamor por la independencia de Escocia, que amenazaba con reducir aún más sus horizontes.
Su coronación fue el primer acontecimiento real de este tipo que se transmitió por televisión en blanco y negro. Pero fue una muestra de los cambios —y de la fascinación mundial— que acompañaron a su tiempo como monarca el hecho de que su reinado se convirtiera en el tema de una película de Hollywood y de una serie de gran éxito en Netflix, mientras que los problemas de su familia ofrecían una gran cantidad de material para procesar en las agitadas redes sociales.
Igual de reveladoras que las crónicas de su reinado, la deferencia incuestionable de los británicos hacia la corona ha sido sustituida por una gama de emociones que van desde la tolerancia leal y a menudo afectuosa hasta la hostilidad desenfrenada. La monarquía se vio obligada, más que nunca, a justificar su existencia ante la atención y el escrutinio públicos, a menudo escépticos.
Sin embargo, Isabel se mantuvo decididamente comprometida con el distanciamiento, la formalidad y la pompa característicos con los que la monarquía ha tratado de preservar durante mucho tiempo la mística que sustentaba su existencia y supervivencia. Sus modales cortesanos y reservados cambiaron poco.
Cuando la pandemia de coronavirus de 2020 se extendió por el Reino Unido y obligó a la gente a suspender su vida normal y sus costumbres sociales, la reina abandonó el Palacio de Buckingham, en el centro de Londres, para dirigirse al Castillo de Windsor, al oeste de la capital, un traslado que recordó el alcance histórico de las décadas que pasó inspirando un auténtico afecto entre muchos británicos.
Fue a Windsor donde ella y su hermana menor, Margarita, fueron enviadas para escapar de la amenaza de los bombardeos alemanes tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939. También fue desde Windsor desde donde hizo su primera emisión de radio como princesa en 1940, a los 14 años, ostensiblemente dirigida a los niños británicos que habían sido evacuados a Norteamérica, según su biógrafo, Ben Pimlott, pero también diseñada para influir en el pensamiento oficial de Washington.
“Mi hermana Margarita Rosa y yo lo sentimos mucho por ustedes, ya que sabemos por experiencia lo que significa estar lejos de los que más queremos”, dijo Isabel entonces.
También en 2020 trató de equiparar su situación con la de sus súbditos. “Muchos de nosotros tendremos que encontrar nuevas formas de mantenernos en contacto con los demás y asegurarnos de que nuestros seres queridos están a salvo”, dijo en una declaración publicada después de que ella y su esposo, el príncipe Felipe, llegaran a Windsor. “Estoy segura de que estamos a la altura de ese reto. Pueden estar seguros de que mi familia y yo estamos preparados para desempeñar nuestro papel”.
El 5 de abril de 2020, en un discurso televisado que evocaba la transmisión de 1940, instó a sus súbditos a luchar contra el virus con la misma tenacidad que habían mostrado los británicos en tiempos de guerra. Fue solo la cuarta emisión especial de su monarquía fuera de sus apariciones en televisión programadas para la Navidad.
“Espero que en los años por venir todos puedan sentirse orgullosos de cómo han respondido a este desafío”, dijo. «Y los que vengan después de nosotros dirán que los británicos de esta generación fueron tan fuertes como cualquiera».
En 2017, celebró el aniversario número 70 de su matrimonio con el príncipe Felipe, al que había conocido cuando era una adolescente en los años 30. Hasta su muerte en abril de 2021, Felipe ocupó un papel inusual, generalmente dos pasos detrás de su esposa, brindando a Isabel un apoyo estoico, incluso si sus ocasionales comentarios sin tacto dañaban su imagen.
A pesar de los numerosos informes sobre los deslices iniciales de él —ocultos de la vista del público con la ayuda de magnates de la prensa que colaboraron—, sus vínculos perduraron, un retroceso a décadas anteriores de relaciones más duraderas. Y su muerte, dijo su segundo hijo, el príncipe Andrés, “dejó un enorme vacío en su vida”.
Algunos predijeron que Isabel se retiraría a la sombra tras la muerte de Felipe, como hizo la reina Victoria luego de la muerte de su esposo, el príncipe Alberto. Pero sorprendió a muchos al resurgir como una presencia ágil en la vida pública, recibiendo a los líderes mundiales en una cumbre en Cornualles en junio de 2021 y haciendo de anfitriona de Bill Gates y otros empresarios en el Castillo de Windsor después de una conferencia de inversión sobre el cambio climático.
Aun así, la agitada agenda le pasó factura. Isabel fue fotografiada con un bastón, una inusual concesión a sus rígidas rodillas. En octubre de 2021 tuvo que pasar la noche en un hospital de Londres tras lo que, según sus ayudantes, fue un episodio de agotamiento. Pocos dudaban del impacto de la pérdida de Felipe, que había servido de fuerza estabilizadora en la familia.
Los propios hijos de Isabel parecían menos inmunes a la calamidad matrimonial.
En 1992, su primogénito, el príncipe Carlos, y su inmensamente popular esposa, Diana, acordaron separarse, al igual que el príncipe Andrés y su esposa, Sarah Ferguson. La tercera hija de Isabel, la princesa Ana, se divorció de su marido, Mark Phillips, ese mismo año. Junto con una serie de otros trastornos, la reina calificó 1992 como su “annus horribilis”.
Pero lo peor estaba por llegar.
En 1997, la muerte de Diana en un accidente de auto en París escribió algunos de los capítulos más oscuros de su reinado, y durante un tiempo, la propia monarquía pareció amenazada por una enorme ola de apoyo público a Diana que hizo que la reina pareciera fría y emocionalmente distante de sus súbditos.
La monarquía sobrevivió. Pero hasta bien entrado el siglo XXI, surgieron nuevos retos.
En 2019, se vio arrastrada sin contemplaciones y en contra de todas las normas de protocolo anteriores a las maquinaciones políticas sobre el Brexit, la salida del Reino Unido de la Unión Europea, un debate del que antes habría permanecido alejada.
Ese mismo año, el príncipe Andrés se vio envuelto en un escándalo tras conceder una desastrosa entrevista en la televisión en la que parecía no ser consciente del nocivo impacto de una amistad con Jeffrey Epstein, un depredador sexual estadounidense condenado a prisión. Acusado de conducta sexual inapropiada con una adolescente que le presentó Epstein —una acusación que él ha negado—, el príncipe, también conocido como el duque de York, se retiró de la vida pública en noviembre.
(En enero de este año fue obligado por el Palacio de Buckingham a renunciar a sus títulos militares y a sus obras de caridad reales, una reprimenda hiriente por parte de la familia real un día después de que un juez federal en Nueva York permitió que procediera un caso de abuso sexual en su contra).
En su discurso anual de Navidad a la nación, la reina describió 2019 como un año “accidentado”.
Estaba a punto de serlo mucho más.
En 2020, una decisión quizá tan humillante como cualquier convulsión familiar a la que la reina se haya enfrentado, de su nieto, el príncipe Enrique, sexto en la línea de sucesión al trono, la tomó por sorpresa, a ella y al resto de la familia, cuando él y su esposa estadounidense, Meghan Markle, anunciaron sus planes de “retirarse” de los deberes reales. Fue una medida que algunos comentaristas compararon con la decisión en 1936 del tío de la reina, el rey Eduardo VIII, de abdicar para poder seguir adelante con sus planes de casarse con la estadounidense Wallis Simpson.
Sin embargo, lejos de labrarse un “nuevo papel progresista dentro de esta institución”, como habían declarado esperanzados, la joven pareja se vio obligada a una dura salida, aceptando en un acuerdo de separación con el Palacio de Buckingham a renunciar a sus títulos reales de más rango, renunciar a la financiación estatal y devolver al menos tres millones de dólares del dinero de los contribuyentes utilizados para reformar su residencia oficial en los terrenos del Castillo de Windsor.
A medida que se desarrollaba la nueva década y se acercaba el final del reinado de Isabel, parecía que la Casa de Windsor estaba siendo tomada por asalto desde dentro como nunca antes, un proceso agravado por una espectacular fanfarria mundial por un encuentro televisivo de dos horas entre Meghan y Enrique y Oprah Winfrey.
Durante el programa, emitido primero en Estados Unidos y un día después en Reino Unido, la pareja tachó de racista a un miembro no identificado de la casa real. Winfrey dijo después que el príncipe Enrique le había asegurado que él y su esposa no se habían referido a la reina o a su esposo, el príncipe Felipe. En la entrevista, Markle dijo que se había sentido tan aislada en su desacostumbrado papel real que había contemplado activamente el suicidio.
El Palacio de Buckingham quedó sorprendido y respondió con un escueto comunicado de 61 palabras que trataba de contener el drama dentro del conocido cerco real de privacidad. La familia real estaba “aturdida al conocer el alcance total de los desafíos que han supuesto los últimos años para Enrique y Meghan”, decía el comunicado
“Las cuestiones planteadas, en particular la de la raza, son preocupantes”, decía. “Aunque algunos recuerdos pueden discrepar, se toman muy en serio y serán atendidos por la familia en privado”.
A pesar de los desafíos, la reina siguió adelante con los preparativos para la celebración de su Jubileo de Platino en junio de este año, para conmemorar sus siete décadas como soberana con un feriado de cuatro días.
Pero previo a la ocasión, los temas gemelos de su salud y las fricciones familiares parecían confundirse.
En febrero, dio positivo al coronavirus y en mayo fue obligada a cancelar su asistencia a una de las ceremonias públicas más importantes, una visita al Parlamento para dar un discurso estableciendo la agenda legislativa del gobierno, debido a lo que el Palacio de Buckingham llamó “problemas episódicos de movilidad”.
Era la primera vez en casi 60 años que se perdía de dicho evento. Solo se había ausentado en dos ocasiones previas durante su reinado debido al embarazo de los príncipes Andrés y Eduardo.
Fue significativo que su hijo mayor y heredero al trono, el príncipe Carlos, leyera su discurso el su nombre. A su lado se colocó la corona ceremonial llena de joyas —la corona imperial del Estado—, como para expresar su presencia simbólica.
Apenas unos días antes, su despacho había anunciado que cuando la familia real apareciera en el balcón del Palacio de Buckingham durante el Jubileo de Platino —momento considerado la más potente oportunidad para hacer un retrato real— el príncipe Andrés, el príncipe Enrique y su esposa Meghan no estarían presentes.
Ostensiblemente, se les excluyó debido a que la monarca deseaba limitar la asistencia a “aquellos miembros de la familia real que actualmente cumplen con deberes públicos oficiales en nombre de la Reina”, en palabras de un vocero de palacio. Pero muchos británicos interpretaron la decisión como un desdén a los miembros de la familia que habían causado comentarios indeseados y titulares poco favorables a los últimos años del reinado de Isabel.
Un desfile deslumbrante
El 9 de septiembre de 2015, Isabel superó a la reina Victoria como la monarca que más tiempo sirvió en su país y, tras la muerte del rey de Tailandia el 13 de octubre de 2016, su reinado se convirtió en el más longevo del mundo. Incluso en sus años de mayor edad, sus súbditos la veían inusualmente fuerte y cómoda con el boato de su cargo, como ocurrió durante una celebración de cuatro días en junio de 2012 para conmemorar el aniversario número 60 de su llegada a la corona.
La única otra monarca británica que celebró un jubileo de diamante fue la reina Victoria, tatarabuela de Isabel, cuyo reinado duró 63 años y 7 meses antes de su muerte en 1901.
El jubileo de diamante de Isabel, que incluyó un deslumbrante desfile de 1000 embarcaciones por el río Támesis a través de Londres, suscitó un entusiasmo público que parecía consolidar el lugar de la familia real en la sociedad británica, a pesar de los interrogantes sobre el futuro de la monarquía. Si bien el príncipe Carlos, el hijo mayor de Isabel, era su heredero directo, muchos británicos parecían más atraídos por el propio hijo de Carlos, el príncipe Guillermo, el duque de Cambridge, que se casó con una plebeya, Kate Middleton, en abril de 2011, con gran aprobación del público.
La única desviación en la apretada coreografía de los actos del jubileo fue la enfermedad del príncipe Felipe, el esposo de Isabel, que tenía 90 años en ese momento. Fue trasladado a un hospital con una infección de vejiga durante las celebraciones, después de pasar horas en el frío cortante encima de la barcaza real.
Había preocupación por la salud de la reina desde que faltó a los servicios religiosos el día de Navidad de 2016 y los de Año Nuevo de 2017 debido a lo que el Palacio de Buckingham describió como un “fuerte resfriado”. Esas ausencias fueron la primera vez en unos 30 años que faltó a un servicio festivo.
La reina hizo su primera aparición pública de 2017 el 8 de enero, tras un mes de ausencia. Al mes siguiente, celebró su Jubileo de Zafiro, convirtiéndose en la primera monarca británica en reinar durante 65 años.
Los modales elegantes y reservados de Isabel cambiaron poco a medida que el Reino Unido se desprendía de su imperio en el extranjero y se transformaba internamente, pasando de ser un país deferente y titubeante, empobrecido por la Segunda Guerra Mundial, a un lugar audaz, impulsado por la riqueza, menos respetuoso y más centrado en sí mismo.
En los años posteriores a la muerte de su padre, el rey Jorge VI, en 1952, fue testigo —y aprovechó— el ascenso de la televisión, que pasó de ser una tecnología relativamente desconocida a convertirse en el vehículo abrumador de comunicación nacional para una generación obsesionada con la celebridad. Su coronación en 1953 fue la primera en Reino Unido en transmitirse casi en su totalidad por televisión. (La BBC había televisado la procesión real por las calles de Londres en 1937 para la coronación del rey Jorge VI). En 1997, la monarquía creó su propia página web.
En un nuevo salto a esferas antaño insospechadas, en 2007 su tradicional mensaje navideño se emitió en un canal real en YouTube, 75 años después de que el abuelo de Isabel se convirtiera en el primer monarca británico en emitir un mensaje navideño similar por radio. Y en 2018, los telespectadores pudieron disfrutar de una monarca relajada y sin guion cuando apareció en su primera entrevista ante las cámaras para un documental sobre su coronación. (En deferencia a las sensibilidades de palacio, la entrevista se describió como una “conversación”).
En 2009, la familia real abrió una cuenta en Twitter, que actualmente tiene unos 4,7 millones de seguidores.
Ancla de la nación
Tan duradero fue el control de Isabel sobre el cargo supremo de la nación que su reinado abarcó los mandatos de 15 primeros ministros británicos —desde Winston Churchill hasta Liz Truss— y 14 presidentes estadounidenses, desde Harry S. Truman hasta Joe Biden.
Si bien su papel era en gran medida protocolar, en tanto monarca constitucional sin poder ejecutivo, sus partidarios sostenían que desempeñaba un papel importante y menos tangible como ancla de la nación, y seguía en su cargo gracias a un consenso tácito entre la reina y los súbditos.
Y aunque no ejercía ningún poder político formal, sus audiencias semanales con los sucesivos primeros ministros le permitían conocer los asuntos de la nación, y su presencia en reuniones internacionales se consideraba positiva para el prestigio británico.
Y hubo ocasiones en las que su presencia reforzó incluso la política oficial. En junio de 2012, en lo que varias generaciones habían visto como el más improbable de los encuentros, la reina estrechó la mano de Martin McGuinness, quien fuera comandante del Ejército Republicano Irlandés, en un gesto considerado un símbolo muy público del compromiso con la paz en Irlanda del Norte.
Solo el escenario, en Belfast, Irlanda del Norte, evocaba tres décadas de luchas sectarias que arrastraron a las fuerzas británicas, de las que la reina era la comandante jefe titular, a una lucha con las guerrillas del IRA que buscaban una Irlanda unida, antes de que el acuerdo de paz del Viernes Santo de 1998 pusiera fin a los llamados Problemas.
Fuente: nytimes.com