Desde el aislamiento social hasta el uso excesivo del smartphone, pasando por un deseo obsesivo de control: estas son algunas de las señales de alarma de una adicción patológica a internet

Permanecer online hasta altas horas de la noche, salir poco de casa porque se prefiere utilizar un dispositivo, perder el interés por otras actividades fuera de la red o pasar mucho tiempo delante del smartphone son algunos de los primeros signos que suelen sugerir que se está desarrollando una adicción a internet. Según un estudio promovido por el Departamento de Políticas Antidroga y el Centro Nacional de Adicciones del Istituto Superiore di Sanità (Instituto Superior de la Salud de Italia), más de 700,000 adolescentes en dicho país son adictos a la web, las redes sociales y los videojuegos, con un panorama que está lejos de resolverse en lo que se refiere al llamado trastorno de adicción a internet o dependencia patológica a internet.

En América Latina, de acuerdo con un estudio publicado por comScore en 2023, Argentina y Brasil son los países que pasan más tiempo en las redes sociales, con 3,028 y 2,800 minutos mensuales per cápita invertidos en ellas. México ocupa el tercer puesto, con 2,050 minutos; le siguen, con una diferencia considerable, Perú (202.7), Colombia (167.5) y Chile (153.7).

Marisa Marraffino, abogada y experta en ciberdelincuencia, comenta a WIRED Italia que “la primera dificultad real es reconocer el comportamiento patológico y distinguirlo del sano. A menudo la diferencia es sutil, pero detectar los primeros signos es crucial para intervenir a tiempo”.

Cuando el error se convierte en hábito

La adicción a la tecnología no aparece de la noche a la mañana, sino que es el resultado de un proceso que madura con el tiempo. A veces proviene de problemas psicológicos, en otros casos tiene su origen en un profundo sentimiento de soledad o, de forma más sencilla, se debe a la falta de conocimiento sobre los riesgos asociados a las herramientas digitales. Sin embargo, en todos los casos, la rapidez y la ayuda son esenciales para encontrar una salida. “Un padre debe darse cuenta del comportamiento anormal de su hijo o su hija, sin subestimar dinámicas psicológicas como el ensimismamiento o la ansiedad generada por el uso de las tecnologías digitales”, explica la abogada, “reconocer estas señales tempranas es la clave para evitar el inicio del mecanismo de adicción, previniendo la aparición de patologías como la depresión, el estrés crónico u otras”.

Además de intentar aprovechar todas las oportunidades posibles para crear una cultura sobre estos temas, incluso con la ayuda de profesionales y quizá en las escuelas, es importante no dejar nunca solos a quienes están aprendiendo a familiarizarse con la dinámica de la red, porque el aislamiento social quizá conduzca a un acercamiento gradual a los hábitos nocivos. “Los adolescentes carecen a menudo de las herramientas necesarias para defenderse de forma independiente de las amenazas de la web, como en el caso de la pornografía infantil o por venganza, que desgraciadamente a veces no son reconocidas como un verdadero delito, en ocasiones ni siquiera por sus padres”, especifica Marraffino.

La educación para el uso consciente de internet nos permite conocer los riesgos y evitar comportamientos que constituyan un delito o que representen un peligro potencial para nosotros mismos o para los demás. Al fin y al cabo, debemos recordar siempre que estamos en una sociedad en la que los jóvenes, por regla general, pasan gran parte de su tiempo libre en línea y mantienen relaciones interpersonales virtuales todo el tiempo. No es raro que el mal comportamiento, así como los delitos reales, se conviertan en algo habitual y, como tal, se consideren socialmente aceptables.

Entre las tendencias emergentes, como es fácil imaginar, está el uso y abuso de la inteligencia artificial (IA) pues “lo que observamos en los últimos meses es una revitalización del delito de compartir datos personales con otros, combinada con la falta de legislación sobre cuestiones como el uso de la IA para generar imágenes”, explica Marraffino. El caso típico es el de las imágenes falsas, obtenidas por retoque o manipulación algorítmica de otras, que se utilizan después para hacer sexting o incluso pornografía de venganza. “Si se trata de contenidos con menores de edad, este tipo de acciones constituyen un delito, mientras que para el caso de los adultos hay un vacío legal que llenar, ya que por el momento ni siquiera se considera una conducta sancionable”.

Adicción afectiva y vigilancia en internet

El uso obsesivo de internet y de los dispositivos ha fomentado la propagación de otro problema social: la dependencia emocional o afectiva. “Las herramientas que tenemos hoy para controlar a otras personas están al alcance de todos y constituyen, si se usan mal, una amenaza para las relaciones interpersonales”, expone Marraffino. “A veces empieza con conductas sencillas, como comprobar el estado en WhatsApp o pedir explicaciones sobre los movimientos cotidianos, y luego desemboca en un estado patológico. Por ejemplo, me llamó la atención el caso de una pareja muy joven en la que un adolescente le pidió a su novia que se quedara al teléfono toda la noche para oír constantemente su respiración y asegurarse de que no salía a escondidas con sus amigas”.

Desde las primeras señales de alarma, es fundamental pedir ayuda e intervenir, para evitar que se vulnere la libertad individual y las formas de manipulación. “Otro caso peculiar, que ni siquiera es tan raro, es el de los adultos que colocan localizadores GPS en las pertenencias personales de su pareja para vigilar en secreto su ubicación y sus movimientos”.

También pueden darse situaciones paradójicas, en las que, sin darse cuenta, una persona pone en peligro su libertad al compartir información privada con gente que acaba de conocer. “Cada vez es más frecuente que alguien acepte dar a su pareja información personal y claves de acceso a cuentas privadas”, destaca la abogada, “detrás de estos comportamientos tal vez haya una especie de dependencia emocional, que está vinculada al miedo al rechazo por parte de la otra persona”. Algunos ejemplos son compartir voluntariamente la geolocalización o la galería de fotos y luego solicitar con frecuencia videollamadas o mensajes para saber cómo está el otro individuo.

Fuente: es.wired.com